La verdad detrás de la riqueza y cómo la percibimos

La riqueza no se reduce a números o propiedades: también es un reflejo de cómo pensamos, sentimos y actuamos frente al dinero. Entonces, ¿cuál es la verdad detrás de la riqueza y cómo la percibimos?

Cada persona construye su vínculo con la riqueza a partir de su historia familiar, su educación y sus experiencias, lo que genera percepciones muy distintas incluso dentro de un mismo hogar. Esta dimensión emocional, aunque poco visible, influye de forma decisiva en la manera en que se toman decisiones patrimoniales, se gestionan herencias o se define un legado.

Según un estudio del Boston College Center on Wealth and Philanthropy, el 65% de las familias con alto patrimonio neto considera que hablar de dinero con sus hijos es más difícil que abordar temas como la muerte o la salud.

En América Latina, la situación no es muy diferente: investigaciones regionales muestran que la falta de diálogo sobre el dinero genera tensiones, conflictos y, muchas veces, bloquea la planificación intergeneracional.

En este contexto, aprender a identificar nuestras emociones, creencias y actitudes frente a la riqueza se vuelve fundamental. Entonces, ¿cuál es la verdad detrás de la riqueza y cómo la percibimos? ¿Qué aspectos personales se ponen en juego cuando hablamos de dinero en familia? ¿Y por qué es tan importante revisar nuestra relación con el patrimonio antes de tomar decisiones colectivas?

La verdad detrás de la riqueza y cómo la percibimos

Según el Instituto Argentino de la Empresa Familiar (IADEF), identificar qué valores, emociones y creencias personales se proyectan sobre el dinero permite avanzar hacia acuerdos sostenibles, fortalecer los vínculos familiares y construir un legado con sentido.

Esta mirada introspectiva, que hoy es tendencia en la planificación patrimonial y la gobernanza familiar, también fue planteada en el Instituto FLAG (Family Legacy and Governance) de Morgan Stanley por el experto Dennis Jaffe. Allí, se propuso reemplazar el enfoque paternalista tradicional por un modelo basado en la asociación y la colaboración intergeneracional.

Sin embargo, ese cambio solo es posible cuando se trabaja primero a nivel individual. Es decir, cuando cada integrante de la familia logra entender qué lugar ocupa la riqueza en su vida, qué lo motiva, qué le genera incomodidad y cómo desea que ese capital influya en su entorno.

Aunque muchas veces se reduce a una herramienta de intercambio, la riqueza no es solo dinero. Es también una construcción emocional y simbólica, moldeada por la educación, las experiencias y la historia de cada persona. Esta relación cambia con el tiempo y puede variar según el contexto: no es lo mismo invertir, donar, gastar o heredar. Cada escenario activa valores y creencias diferentes.

En muchos casos, la riqueza genera emociones ambivalentes: orgullo, responsabilidad, gratitud, pero también miedo, culpa o aislamiento. Reconocer estas emociones, en lugar de ignorarlas, es clave para entender cómo influye la riqueza en nuestras decisiones y relaciones.

Tres dimensiones clave para reflexionar sobre el vínculo con el dinero:

1. Imagen. ¿Cómo me ven los demás por tener riqueza? ¿Siento que proyecto generosidad, éxito, influencia? ¿Me preocupa que me juzguen o que la riqueza me defina? ¿Arrastro creencias negativas sobre quienes tienen dinero? ¿Siento culpa o intento ocultar mi situación económica?

2. Seguridad. ¿La riqueza me da tranquilidad? ¿Me hace sentir libre, protegido, autónomo? ¿O me genera ansiedad, miedo a perderlo todo o a tomar malas decisiones? ¿Me preocupa no saber cómo transmitirla de manera sana a las siguientes generaciones?

3. Autonomía. ¿Me gusta poder elegir, liderar o influir gracias a mi patrimonio? ¿Disfruto usar el dinero para mejorar mi vida y la de otros? ¿O me siento condicionado, juzgado o presionado por tener que tomar decisiones complejas? ¿Siento que mi libertad está limitada por las expectativas de otros?

Reflexionar sobre estas preguntas permite comprender mejor nuestras propias actitudes hacia la riqueza. También ayuda a detectar influencias del pasado, como los mensajes recibidos durante la infancia, y a contrastar nuestras ideas con las de otros miembros de la familia, como la pareja o los hijos.

Una vez que ese proceso individual está en marcha, es posible avanzar hacia un diálogo grupal más claro, genuino y respetuoso. ¿Qué temas se repiten entre los distintos miembros? ¿Existen valores en común? ¿Podemos definir juntos una misión o propósito familiar que trascienda lo económico?

Comprender cómo percibimos la riqueza es mucho más que un ejercicio personal: es el punto de partida para construir relaciones más sanas, decisiones compartidas y un legado familiar con verdadera coherencia y propósito.

Fuente: Clarín

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