En Argentina, pocas tradiciones son tan sagradas como el asado del domingo. Entre el humo de la parrilla y la picada que se pasa de mano en mano, la mesa familiar se convierte en el lugar donde todo se charla: fútbol, política, anécdotas… Y cuando hay una empresa de por medio, también balances, proveedores y proyectos.
Las empresas familiares tienen esa particularidad: los vínculos se cruzan y los roles se mezclan sin pedir permiso. El hermano, que el domingo se encarga del vacío, el lunes es el socio que insiste con comprar una herramienta que se va del presupuesto. La hija, que servía la ensalada en la mesa, termina discutiendo una inversión en la oficina. Y así, entre chistes y sobremesa, lo que parecía un asado tranquilo se convierte en una “reunión de directorio encubierta”.
El desafío de las Familias Empresarias está en encontrar el equilibrio. Porque lo que no se termina de resolver entre las achuras, aparece otra vez en la oficina, pero sin chimichurri y con más tensión. Y, al revés, un malentendido del trabajo puede colarse en la mesa familiar y ponerle más sal de la cuenta a la ensalada.
Sin embargo, esta dinámica tan particular también esconde un valor enorme: la confianza. Esa certeza de que todos empujan para el mismo lado, con un compromiso que va más allá de la empresa y se apoya en el apellido que los une. Al final, el fuego compartido —ya sea en la parrilla del domingo o en el proyecto común— es lo que mantiene encendida la llama que sostiene a la familia y al negocio.
Así como el asador sabe cuándo dar vuelta la carne y cuándo dejarla tranquila, también conviene separar los tiempos: los domingos para disfrutar de la familia, sin agenda laboral, y los lunes para prender el fuego de los números y las decisiones. Así, se disfruta más de ambos mundos y ninguno se quema.
Angélica Fabián
Socia Adherente del IADEF
Miembro de Familia Empresaria